Feminismos
Feminismos en un pequeño repositorio dentro de nuestra web donde iremos compartiendo reflexiones, proyectos y materiales que puedan resultar de interés. Para las personas que formamos parte de La Ortiga Colectiva, la perspectiva de género y ecofeminista es un punto de partida esencial y transversal a todas nuestras propuestas.
¿Sabías que nuestra junta directiva está formada 100% por mujeres?
¿Sabías que las luchas feministas y ecologistas son la base de muchos de nuestros proyectos en el ámbito rural y junto a las mujeres?
¿Sabías que nuestra compañera Toñi de la Iglesia fue presidenta de la Asociación Democrática de la Mujer de Santander en los años 70?
¿Sabías que el nombre de nuestra revista, La Ortiga, fue propuesto por una mujer, nuestra compañera María Incera?
¿Sabías que la mayor parte de nuestras actividades son pensadas, diseñadas y facilitadas por mujeres?
Iremos subiendo a este espacio entrevistas, materiales y proyectos sobre los contextos en los que trabajamos desde una perspectiva de género: patrimonio cultural inmaterial, comunales y decrecimiento, artes, participación social, ruralidades, memoria de futuro, etc. La idea es mostrar lo que proponemos y compartimos con mujeres de todas las edades desde un enfoque de cultura comunitaria, antiedadista y alejado del urbanocentrismo. También desde una intención de conectar todo tipo de saberes y prácticas, desde el académico al campesino, pasando por una transdisciplinariedad indisciplinada, donde no haya un solo feminismo válido, sino muchos, plurales, diversos, vivos y colectivos. Feminismos para una vida mejor y en común.
En la actualidad, además de nuestras actividades, publicaciones, formación en patrimonio cultural y procesos de participación comunitaria, estamos dando forma a un archivo físico y digital para reflejar esa pluralidad de feminismos en distintas etapas y contextos.
Por un feminismo de hermanas de tierra
Un marzo más, tras un invierno casi ausente debido a las altas temperaturas que provoca la emergencia climática, nosotras volvemos a alzar la voz para contar lo que nos atraviesa.
Este año tenemos que empezar hablando de Palestina, una tierra que lleva décadas siendo expoliada y que ahora sufre un genocidio por parte del Estado de Israel. La población civil de Gaza está siendo víctima de bombardeos, hambruna y enfermedad. Así también se destruye un pueblo, negando el acceso a la tierra y a su soberanía alimentaria. Nos duele Palestina: es insoportable ver cada día imágenes del genocidio en las pantallas y continuar con nuestras vidas como si nada. Desde nuestros pueblos exigimos un alto al fuego y una Palestina libre para sus habitantes.
Por ellas, por las mujeres de Palestina, que resisten y luchan contra la ocupación y que, como pueden, cuidan de sus familias y sus comunidades intentando que llegue algo de alimento y agua, protegiendo, sobreviviendo, amparando, en una guerra declarada contra la tierra y la vida.
Hermanas de tierra,
vivimos días convulsos, con tractoradas en las calles; parte del campo se moviliza. El eco de las protestas da de lleno en una mirada paternalista, condescendiente y muy ligada a la ciudad. Una mirada y una manera de contarnos, reduciéndonos a un solo tipo de campo y de relato. Por supuesto, somos conscientes de los intereses que responden a esa apuesta comunicativa, y nos preocupa la confusión que ello genera. ¿Qué se reivindica? ¿Quiénes lo hacen? ¿Quiénes lo pueden hacer? ¿Desde qué lugares se hace? En el manifiesto de los ‘Levantamientos de la Tierra’, de los movimientos franceses por la defensa del territorio, leíamos que la ecología será campesina y popular o no será. Añadimos que nuestro campo, el campo que estamos construyendo, será agroecológico y popular o no será. Queremos que lo componga el campesinado y no la agroindustria. Urge un cambio de modelo, uno que ponga en el centro la vida, la conservación del territorio y la biodiversidad, que nos alimente con comida sana y que no nos enferme, y en el que todas las personas que trabajen en él tengan condiciones de vida dignas. Creemos firmemente que es en la propuesta agroecológica donde cabemos todas. La totalidad del territorio funciona de manera acompasada, respetando los límites de nuestros bienes naturales, tejiendo una red afectiva, sociocultural y económica a través de los alimentos que generamos y consumimos; a través del reconocimiento de la valoración y el cuidado mutuo entre las personas que alimentan y las que son alimentadas. Estamos hartas de discursos de odio que señalan como enemigo al igual, y nos dejan sin energía para denunciar el sistema que nos quiere enfrentadas. Todas somos hermanas, y pensamos que, desde el respeto, la honestidad y el apoyo mutuo podremos hacer un medio rural vivo, diverso, en el que podamos estar todas. Sería importante hacer el ejercicio de preguntarnos cómo nos gustaría alimentarnos y saber qué nombres, historias y vidas trae consigo nuestro plato de comida. Creemos que es urgente la redignificación de las personas que trabajan haciendo posible nuestra alimentación. Vivimos en un sistema donde la comida se tira como si nada, en el que no se valora el acto de comer y donde muchas veces llenamos el carrito de la compra de manera mecánica, sin pensar en qué hay detrás de cada alimento que cogemos. Por supuesto, no queremos caer en el discurso que culpabiliza. Somos conscientes de la comida que llega a los supermercados, del tiempo que hace falta para comprar de forma consciente y para cocinar, y del sistema en el que estamos que nos precariza y agota. Reivindicamos el derecho a la imaginación. Queremos no dejar de imaginar, formar parte de discursos en los que sean deseables otros mundos. Una política del deseo que vaya mucho más allá del afán de consumir (sea lo que sea, siempre más, siempre inmediatamente). Queremos discursos que generen esperanzas, que rompan con la superioridad moral ligada a las academias y los centros.
Hermanas de tierra, seguimos aquí las que, en ocasiones, no podemos permitirnos ni salir a la calle ni protestar. Seguimos las atadas a una cama o a un sillón, sin opción al más mínimo movimiento. Las excluidas, las etiquetadas por vivir otras maneras de sentir, de hacer o decir. Seguimos las rechazadas por tener un diagnóstico psiquiátrico, las que cobramos menos en un mismo trabajo por alguna discapacidad. Seguimos las maltratadas, dentro de relaciones perversas y crueles. Seguimos las invisibilizadas a pesar de años de saberes. Seguimos TODAS las ninguneadas por no cumplir con los mandatos de sociedades machistas, capacitistas, cuerdistas o edadistas.
Y con esta diversidad, seguimos enriqueciendo territorios llenos de vulnerabilidades y fortalezas, construyendo otras formas de habitar, de compartir y de vivir.
Hermanas de tierra,
no nos olvidamos de todas las mujeres migrantes que trabajan, muchas veces estacionalmente, en fábricas, campos e invernaderos. Con remuneración distinta en función de su origen, sin libertad de hablar mientras trabajan, sin garantía de hacer las horas contratadas y cobrarlas si no hay producción. Además de todo lo mencionado, en el caso de las mujeres que trabajan en las fábricas de selección, destrío, almacenamiento de fruta en verano, haciendo su labor a pocos grados para garantizar el estado de la fruta que será posteriormente distribuida y con horarios variables, también de noche, que ponen muy difícil una conciliación familiar, más siendo en tiempo estival sin aulas.
Hermanas de tierra,
queremos traer la alegría a este manifiesto. Y reivindicamos con orgullo a nuestras vecinas, esas mujeres que siempre se paran en las calles de nuestros pueblos a charlar, que sacan sus sillas al fresco, que comparten brasero y comidas, que siempre están ahí formando comunidad. Queremos una vida digna para todas, que sintamos alegría y suerte de vivir donde vivimos. Por todas esas mujeres que se preocupan de quien vive en su pueblo y respetan que cada quien sea como quiera ser. No hay tiempo de juzgar, sino de estar para quien lo necesite. Sin olvidarnos de que, a veces, podemos ser nosotras las que necesitemos apoyo, porque la fortaleza y la vulnerabilidad son atributos que nos pertenecen.
Queremos mirar al futuro y vernos en él, así. Pero para ello, necesitamos el acceso a servicios básicos, y necesitamos que la cultura no sea exclusiva de las ciudades y que no sólo suceda en días de fiesta. Nuestros pueblos también son cultura. ¡Encontremos la forma y la fórmula!
Es esencial mantener espacios para articular una biblioteca, una ludoteca, un teatro, una sala para proyectar películas… Espacios que se transforman y hacen posible la vida en común. Espacios para el diálogo y la comunidad.
Aquí nombramos, aquí nos sentimos más unidas que nunca. Aquí hacemos frente, compartimos nuestros temores, dejamos a un lado el silencio. Reivindicamos que existen muchas maneras de habitar el territorio, muchas ruralidades que dialogan, que aprenden, que construyen, que cuidan y acogen. Una de hermanas de tierra: llena de feminismos y diversidad, de agroecología, de solidaridad con los pueblos oprimidos, de memoria, de interdependencia, de apoyo mutuo, esperanza y alegría.
Por un feminismo de todas,
por un feminismo de hermanas de tierra.
*El cartel es obra de Iraia Okina. Podéis descargarlo aquí.
**Este manifiesto ha sido posible gracias al trabajo colectivo de Leire Milikua, Blanca Casares, Patricia Dopazo, Lareira Social, María Sánchez, María Montesino, Jornaleras de Huelva en Lucha, Lucía López Marco y Colectivo Arterra. Hermanas de tierra es un manifiesto para el 8M que fue impulsado desde 2018, por María Sánchez y Lucía López Marco.
Puedes leer los manifiestos de años anteriores y en otras lenguas aquí.