La noche de San Juan*
La noche de San Juan (del 23 al 24 de junio), es un tiempo festivo de prácticas mágicas, cuyos orígenes se remontan a épocas muy anteriores a nuestra Era. Encender grandes fogatas, saltar sobre ellas, hacer pasar rebaños y ganado por encima o dando vueltas a su alrededor, son costumbres antiquísimas, universalmente extendidas por Europa en relación con la idea de que el fuego promueve el crecimiento de las cosechas y el bienestar del ser humano y de los animales.
La fiesta de San Juan coincide con el solsticio de verano (momento en que el sol alcanza, en su movimiento aparente, la distancia máxima respecto al Ecuador celeste a su paso por el trópico de Cáncer). Su fijación al día 24 de junio (fecha trascendental en el calendario agrícola en cuanto a cultivos, contrataciones; desahucios y cobro de diezmos eclesiásticos), responde a un fenómeno cristianizador de procedencia occidental, que fusiona en un mismo festejo litúrgico ceremonias paganas propias del solsticio, con otras no directamente vinculadas al inicio del estío, pero que guardan ciertas semejanzas morfológicas externas con él.
- Caro Baroja nos dice en su libro La estación del amor: «se puede sospechar también que algo debió influir en la ajustación de la fiesta o fiestas paganas a la de San Juan el que el santo estaba relacionado con un rito en el que el agua tenía un gran papel: el bautismo rito del que hablaban los más viejos autores cristianos».
Desde el siglo XVII los investigadores del tema establecieron ciertas semejanzas formales entre algunos aspectos esenciales de la fiesta de San Juan y los festivales romanos conocidos por el nombre de Palilia o Parilia, celebrados en honor a la divinidad pastoril Pales, tal y como los describió Ovidio en los Fastos (hogueras, ritos acuáticos, recogida de hierbas, enramadas y oraciones). No obstante, el hecho de que entre ambos acontecimientos medien dos meses de diferencia (Palilla 21 de abril, San Juan-24 de junio), nos aconseja descartar una relación genética entre dichas festividades.
Ahora bien, si tenemos en cuenta que en Europa existen diversas fiestas de primavera similares a las de San Juan, como son las del mes de mayo, en las que también se encienden hogueras, colocan enramadas y se practican rituales supersticiosos; podemos deducir que las Palilia, con toda probabilidad, forman parte del mismo ciclo festivo.
Entre las diversas tesis que tratan de explicar las ceremonias estivales, citaremos la teoría solar de Mannhardt quien asegura que estos ritos se fundan en un principio de magia imitativa cuya finalidad es asegurar la suficiente luz solar para los hombres, animales y plantas, encendiendo fuegos que reproduzcan en la tierra la luz y el calor del sol.
El Dr. Eduardo Westermack y Eugenio Mogk, con su teoría purificadora, conciben estos fuegos ceremoniales, en una dimensión depurativa, como prácticas destinadas a quemar y destruir todas las influencias dañinas (brujas, demonios, monstruos, etc). Frazer por su parte, adopta una postura ecléctica que pretende reconciliar las dos tesis anteriores, partiendo de que los festivales ígneos se proponían originariamente imitar la luz y el calor solar y que las cualidades purificantes y desinfectantes que la opinión pública parece adscribirles, se derivan posteriormente de las propiedades del sol.
Prácticas y creencias sanjuaneras en cantabria
Encender hogueras solsticiales es una vieja costumbre que aún no ha desaparecido de las grandes ciudades y mucho menos en los pueblos pequeños de nuestra región.
Las luminarias festivas, aunque típicas de la noche de San Juan, por lo regular, suelen realizarse también en otras fechas del verano y, esporádicamente, en las restantes estaciones del año.
Si agrupamos, en un conjunto unitario, los distintos componentes y actividades de las fiestas de San Juan que se conmemoran en numerosas comunidades de Cantabria., tendremos como resultado un exhaustivo esquema de ritos exaltadores de la naturaleza y de la vida, todos ellos coincidentes con los que tienen lugar en otras zonas de España y de Europa.
Prácticas relacionadas con el fuego:
– Encender hogueras, saltarlas y danzar a su alrededor.
– Pronunciar conjuros y hacer peticiones al traspasar el fuego.
– Quemar peleles o pellejos de vino.
– Observar el «baile del sol» al amanecer o escuchar el canto de los gallos de Londres.
Prácticas relacionadas con las, aguas:
– Tomar las nueve olas marinas a media noche.
– Beber aguas de fuentes y manantiales sagrados o salutíferos.
– Ritos de adivinación, mediante la introducción de objetos en vasos de agua.
– Coger la rociada con los pies descalzos y pasear los animales por los campos escarchados.
– Arrojar plantas y flores al agua, así como útiles de labranza.
Prácticas relacionadas con la vegetación.
-Coger hierbas mágicas (verbera, trébol tetrafolio, artemisa, etc.).
-No coger helechos, puesto que las brujas buscan sus granos para preparar hechicerías (en escasos lugares su «flor» es signo de felicidad).
-Colocar enramadas en las casas, bien de carácter amoroso, bien con el propósito de infundir agravios a determinadas personas.
-Realizar siembras tardías en la creencia de que las plantas esa noche poseen una fertilidad mágica.
-Bendición de ramos y laureles en lugares religiosos.
-Engalanamientos florales de bestias y carruajes.
-Uso de árboles (roble) como ritual curativo de hernias infantiles.
-Predicciones meteorológicas y amorosas, atendiendo al viento reinante en el momento de cortar el ramo sanjuanero.
Creencias relacionadas con seres fantásticos.
-Apariciones de ninfas y seres imaginarios, que habitan las aguas.
-Presencia de animales fantásticos voladores («los caballicos del diablo»).
-Pérdida temporal de los poderes y facultades malignas del Culebre (serpiente alada de Santullán).
-Concentraciones de brujas en las montañas, donde celebran aquelarres y lanzan maleficios contra las buenas gentes.
Acciones festivas de la noche de san juan
El sol de las hogueras.
El primer signo de fiesta y manifestación colectiva de júbilo comienza con las hogueras nocturnas. Se entra en un tiempo de placer y diversión, de rondas y amoríos, de burlas y jolgorio.
Los jóvenes, con algunos días de antelación, reúnen hierbas secas, zarzas, árgomas, pellejos de vino, leños y hojarasca, que posteriormente quemarán, con la caída de la noche, en las grandes piras organizadas en las calles, plazas, montes o playas. Paulatinamente, las gentes se van concentrando alrededor de las luminarias estivales, donde conversan, danzan y cantan coplas alusivas al amor, no exentas de bromas sobre extraños noviazgos y solterías impenitentes (en Cantabria existe una danza denominada de San Juan o de San Roque que se efectúa entre parejas, que ruedan en círculo y entonan canciones).
Al debilitarse las llamas comienzan los saltos transversales de los más audaces, animados y jaleados por la alegría de los participantes. Quienes a las doce en punto, cuando las campanadas anuncian la media noche, salten las hogueras tres veces sin tocar el fuego, se casarán dentro de un año; además se verán libres de maleficios brujeriles y de otros daños causados por seres reales o fantásticos:
Que la lumbre de San Juan,
me libre de todo mal,
y por ella he de saltar
para tener un buen casar.
En algunos lugares se confeccionan muñecos, que recuerdan los de Carnaval y Cuaresma, que son expuestos durante varios días en sitios públicos próximos a la hoguera principal. Una multitud bulliciosa de niños entretiene su ocio fustigándoles, apedreando sus cuerpos y profiriendo insultos al compás de grotescas muecas. Estos peleles guardan cierto parecido con personas del vecindario que son objeto de agravios por sucesos ocurridos a lo largo del año o que pertenecen a la memoria histórica de la colectividad.
Un caso ejemplar lo constituye un muñeco que se quema, por estas fechas, en «La Atalaya» de la localidad castreña. Antiguamente, su indumentaria guardaba una curiosa similitud con un soldado francés, que bien podría emular a cualquiera de aquellos que el 11 de mayo de 1813, invadieron Castro Urdiales, matando a sus gentes, saqueando las casas e incendiando la villa. Hoy, en la calle de San Juan existe un pequeño humilladero con una cruz y una virgen, engalanadas con flores y velas que recuerdan el asesinato de unos niños por las tropas francesas.
En San Juan de la Canal, en otros tiempos, quemaban pellejos de vino individuales colgados de árboles en sustitución de los peleles y como medio expulsorio de los malos espíritus. Otro rito importante y singular de la zona, es la costumbre de madrugar el día de San Juan y dirigirse a la costa para escuchar en la alborada «el canto de los gallos de Londres» (curiosamente, la comida grande de la fiesta, junto a los mariscos y pescados, consta de «caldo colorao» -azafrán- y gallo o gallino con arroz colado).
En las aldeas del interior, la tradición aconsejaba subir a zonas de cierta altura para ver «bailar el sol».
Las aguas salutíferas.
Cantabria posee una importante tradición de culto a las aguas mágicas y salutíferas (Las Caldas del Besaya, la pátera votiva de Otañes-salus humeritana, etc.).
Este aspecto de la religiosidad popular cobra especial énfasis durante la noche de San Juan en la que las aguas de las fuentes, ríos, manantiales y por extensión el rocío, se consideran dotadas de propiedades curativas y virtudes excepcionales para la adivinación.
Esa noche las aguas son reconfortables, benditas y misteriosas: regando las plantas, en determinadas circunstancias, florecen doblemente. Bebiéndolas se obtienen resultados terapéuticos (curan afecciones cutáneas, reumatismo y demás enfermedades). Hay fuentes particularmente relevantes como la del «Butrón de San Juan», en San Juan de la Canal, situada junto a la ermita del santo y de la que se asegura que quienes beben sus aguas en ayunas no necesitan almorzar (en la Edad Media era frecuente que las fuentes tenidas por milagrosas se consagraran a un santo con su ermita correspondiente).
De igual modo, hemos de resaltar que las aguas constituyen un excelente medio para los ensalmos y rituales de adivinación. Si se vierten objetos en vasos, por ejemplo huevos, y su clara forma un velero, es señal de viaje largo y soñado; si aparece una caja mortuoria, lo que se anuncia es la inmediata defunción de un familiar próximo.
Otras costumbres de esta noche, en relación con las aguas, son las de arrojar enseres (perolas, carros, etc.) a los ríos, sacar los animales al campo para rociarlos, del mismo modo que lo hacen las personas, que corren con los pies descalzos «recogiendo la rociada», para garantizar la salud durante todo el año y preservarse de sabañones, herpes, sarna, abscesos y enfermedades de la piel.
Más generalizada, si cabe, se encuentra la idea de tomar las nueve olas marinas contadas a partir de las doce de la noche. Recordemos al respecto, los ancianos que antaño, acompañados de enfermos e inválidos, bajaban a la playuca de San Juan de la Canal a tomar las olas como remedio profiláctico de sus achaques, arropados con ásperos sacos sobre el cuerpo desnudo; o las «Panchoneras» laredanas, viejas vendedoras de pescado, que aún hoy siguen yendo a lavarse a la playa acompañadas de una charanga musical y de un carruaje angalanado sobre el que se trasladan con sus ampulosos disfraces de collares, pulseras y demás baratijas (aspecto éste relativamente moderno, pues antiguamente se disfrazaban tan sólo con vestidos largos y eran escoltadas por un par de músicos y un asno adornado con flores). Después de recibir al «nuevo día», regresan al muelle, lugar de residencia marinera, donde las espera la gran fogata de San Juan.
Cuando amanece, las muchachas casaderas van a buscar «la flor del agua», que brota en la superficie al romper el alba de San Juan y que está formada por las primeras aguas, blancas como la leche, que tan sólo duran un instante. Manuel Llano, en Brañaflor recrea este hecho de nuestro folklore y, aunque su relato no responda con exactitud a nuestra realidad, es un buen exponente de la tradición popular de reverencia a las aguas y a los entes encantados que de ellas emanan con atributos curativos y protectores. «La flor del agua», se relaciona con la creencia de que las hadas (Anjanas) salen a las fuentes y bosques en el día de San Juan y se recomienda para apagar la sed, proporcionar energía, amor y felicidad. En el aspecto físico, se cree que sirve para curar los ojos y las enfermedades de la piel, garantizando un cutis lozano a las mozas que logren lavarse la cara con ella.
En correlación con los símbolos del agua y del fuego, hallamos los derivados del mundo vegetal. La noche de San Juan está poblada de hierbas milagrosas, que poseen valores mágicos y farmacológicos por tener propiedades curativas medicinales y efectos amorosos.
Recoger el trébol de cuatro hojas (isomorfismo del sol y de la cruz), la artemisa y la verbena, impide la aparición de seres fantásticos y encantados, la mordedura de las culebras y la presencia de las brujas:
«El que coja la verbena,
la mañana de San Juan,
no le pica la culebra,
ni bicho que haga mal».
La verbena o «yerbuca de San Juan» es una planta mágica indoeuropea, empleada por los latinos, griegos y celtas que, a las doce de la noche o al amanecer de San Juan, posee poderes praeternales resultando un amuleto eficaz para proteger a las personas contra las picaduras de las culebras, porque las hace huir; también sirve para librarse de los seres fantásticos malignos como es el caso de los «caballucos del diablo». Originariamente sólo se denominaba verbena a aquellas romerías en las que se vendían plantas de verbena y otras hierbas olorosas y medicinales, dotadas de virtudes curativas y usadas frecuentemente en emplastos.
Entre la variedad de plantas obtenidas con propósitos profilácticos, se encuentran las margaritas, las flores verdes que brotan junto a los claveles, la flor del saúco y las hojas de los sauces del río que curan las verrugas.
La búsqueda del trébol de cuatro hojas es una tarea típica de la noche de San Juan. Símbolo de lo imposible e ingrediente que aparece en las listas de los hechizos brujeriles, cuya forma recuerda la cruz de Isis.
Otra propiedad mágica de los vegetales es el rápido florecimiento y poder fructificador de algunos productos como las patatas, que esa noche son utilizadas como elemento adivinatorio. Se cuenta que en San Juan de la Canal, «Mena», «la de Morillo», no había sembrado las patatas en febrero y decidió plantarlas a las doce de la noche de San Juan, encontrándose al día siguiente con la sorpresa de que el huerto se encontraba apto para ser cosechado. En Campoó, colocaban tres tubérculos debajo de la cama, de modo tal que al amanecer se extraía a tientas uno de ellos; según fueran sus características así sería el futuro pretendiente de la moza, (si la patata elegida resultaba pequeña, el esposo sería pobre, por el contrario, si la patata era grande, el esposo sería un hombre de fortuna).
Del helecho se dice que florece esa noche y que quien coja su «flor» obtendrá la felicidad, curará sus hernias y desaparecerá su esterilidad, si la tuviera. Otras creencias le atribuyen poderes nefastos, por lo que rechazan la recolección del «grano antojil» (helecho) y aconsejan no tocarlo, pues se da por cierto que lo utilizan las brujas para sus hechizos.
En Cantabria subsiste el hábito de colocar ramos de San Juan en las ventanas, balcones y puertas de las mozas solteras. Estas enramadas festivas tienen un carácter eminentemente amoroso:
Si en la noche de San Juan
no hay ramo en la ventana
es que no quieres a nadie
porque no te da la gana.
Es costumbre que el embellecimiento de estos ramos amorosos esté determinado por las cualidades de sus destinatarias. Si se trata de una moza guapa irá adornado con cintas azules y blancas y aderezado con frutas del tiempo, rosquillas de azúcar, canela y pan de flor. Si ésta es fea, solterona o vanidosa, en un alarde burlesco y satírico, se la colocará un ramo con ortigas, ceniza, hojas de higuera, espinos, estropajos, tangarros y peleles grotescos, construidos en secreto y alusivos, principalmente, a su soltería.
Poco antes de la aurora del día de San Juan, los mozos visitan los ramos colocados durante la noche. Algunos permanecen horas velando por ellos, para que no se los quite nadie y algún rival cambie su mensaje, en espera de que la moza salga al balcón o a la ventana y corresponda al obsequio dando muestras de aceptación y gratitud. Así quedará confirmado el noviazgo.
En la noche de San Juan,
con el ay y más ay;
noche de lumbre y amores,
con el ay y más ay;
ante tu ventana están,
morenita mía,
cantando los rondadores.
Un rito médico propio de San Juan.
Entre las prácticas típicas de la noche de San Juan, existe un viejo rito médico que pretende curar las hernias de los niños pequeños haciéndoles pasar por el tronco de un roble joven y hendido (este árbol tiene relación con los utilizados durante el mes de mayo), separado, a golpe de hacha, en dos partes aisladas por cuñas, de manera que sea posible el paso de la criatura. La hendidura, que simboliza la imagen de la hernia, se junta cuando suena la primera campanada de la media noche, cuidando no echar moñiga y atando las dos partes del tronco con un belorto. A medida que sane el árbol, sanará el niño.
Esta ceremonia, aun con variantes, presenta una serie de características comunes:
– Intervención de unos oficiantes principales, al menos uno de ellos ha de llamarse Juan.
– El ritual se realiza con las primeras campanadas de medianoche.
– El niño ha de pasar tres veces por la hendidura (destaca el valor que se concede al número tres y, dada la relación madera-fuego, esta práctica de penetración del roble, equivale a atravesar y rodear las hogueras de San Juan).
– En los diálogos entre oficiantes se pronuncia una fórmula mágica sujeta a variaciones.
– Finalizado el acto, se venda el roble con las prendas del niño.
– Si la hendidura cicatriza, habrá curación, si permanece abierta, la hernia no tendrá cura.
Por lo que atañe a las distintas fórmulas empleadas en este rito médico, destacaremos algunas variantes significativas:
- a) Cuando los oficiantes son dos hermanos llamados Juan, la fórmula pronunciada es:
«Tómalo, hermano».
«Dámelo, hermano».
- b) En Coo y en la villa de Santiago de Cartes, los oficiantes se llamaban Pedro y Juan y decían:
«Ahí va este niño, Pedro.
Dámelo acá, Juan.
Quebrado te lo entrego,
Sano me lo das».
- c) En esta modalidad, las ropas permanecían ocultas bajo la tierra durante el ritual para no ver al árbol. En Mijarojos, al acabar el vendaje del árbol se decía un conjuro:
«Que la potra se consuma
en cuanto cambie la luna».
- d) Francisco Cubría nos relata en «Entremontes» este mismo ritual con la particularidad de que asistía numeroso público, que actuaba como cuerpo coral:
«Toma este niño, Juan».
«Dacá este niño, Pedro».
En ese instante el coro, con tono de letanía, respondía:
«Sánele el señor San Juan.
Sánele el señor San Pedro»,
Al ser devuelto el niño, las gentes desarropaban al pequeño y le aplicaban sobre el vientre un emplasto de estopa, incienso y cera bendita. Lo vestían de nuevo, se lo entregaban a Juan y éste lo devolvía, diciendo:
«Toma este niño, Pedro,
sano y güeno te lo entrego».
Los Caballucos del Diablo y otros seres fantásticos.
La noche de San Juan está especialmente destinada para que salgan al mundo exterior todos los seres encantados, fantásticos, guardadores de tesoros secretos y dotados de poderes mágicos, benéficos en unos casos y maléficos en otros.
Al referirnos a las aguas de San Juan, hemos citado a las Anjanas o hadas buenas que moran en ellas. Son númenes que aparecen junto a fuentes milagrosas de aguas salutíferas para procurar el bien y la felicidad a quienes las encuentran. Otros habitantes encantados de la noche, son los enanucos del bígaro, pequeños geniecillos traviesos y satíricos, capaces de lanzar agudos silbidos valiéndose del bígaro y que suelen gastar bromas a las gentes invitándolas a beber las aguas que, previamente a la caída del sol, han emponzoñado con insectos, gusanos y escorpiones.
Personajes importantes dentro del folklore sanjuanero, son las populares brujas, sobre las que existen en Cantabria dos creencias aparentemente contrapuestas: la que sostiene que «por San Juan sanjuanero, duerme la bruja y madura el rodero» (perojuco de San Juan) y la que afirma que es una noche de gran actividad brujeril en la que organizan importantes aquelarres en lugares apartados de las montañas desde donde lanzan conjuros y sortilegios contra aquellas comunidades o vecinos sobre los que desean proyectar algún mal.
El Culebre, es un elemento más de nuestra imaginería fantástica. Se trata de una enorme serpiente voladora, adragonada, con alas de murciélago, que se desplaza indistintamente hacia adelante o hacia atrás, con vida longeva, que puede alcanzar varios siglos.
Cuenta la leyenda, que en el término de Santullán (San Vicente de la Barquera, existo la caverna del Culebre sobre unos acantilados de la costa. Allí, todos los años, los vecinos estaban obligados a dejar una doncella virgen para ser devorada por este insaciable monstruo, a cambio de librarse el pueblo de mayores males. Un año, la joven víctima invocó al Apóstol Santiago para que la salvara de la muerte; bajo los efectos de esta rogativa, el Culebre empezó a perder su piel escamosa, que se desprendía descompuesta y putrefacta, a la vez que emitía enormes rugidos, exhalando azúfre por las fosas nasales y arrojando fuego por la boca.
En otra ocasión, los aldeanos depositaron a la doncella en la entrada de la cueva durante la noche de San Juan, sin que el monstruo saliera del escondrijo. Se atribuye este suceso a la creencia de que en dicha noche se quiebran los encantamientos y, en consecuencia, el Culebre pierde sus poderes fatídicos.
El arquetipo por excelencia de criaturas fantásticas malignas que aparecen en la noche de San Juan, en lo que a Cantabria se refiere, son los «caballucos del diablo».
«Los caballucos del diablo», «sacaojos», «brujas» o «caballitos de San Vicente», son una tríada de caballos volanderos, de crines azabachadas, nudosas y caídas, bocas de fuego que exhalan azufre y hocico pringoso; que forman un veloz cortejo luminario, rebramando broncos relinchos y acechan a sus víctimas desde el amanecer hasta la alborada de San Juan. El del centro tiene por jinete un diablo que maneja las riendas de los tres. Sus jambas van embordegadas de espolones, útiles para esquilar montes, deshojar los tréboles de cuatro hojas y descender por el aire a los barrancos, hostigando a los mozos que cortejan.
Estos seres agoreros y maléficos (neurópteros) gustan de provocar desavenencias entre enamorados y conseguir que el trébol de cuatro hojas se refleje ilusoriamente en las fuentes para que las mozas busquen a su alrededor la codiciada flor sin encontrarla y hacer invisibles las hierbas de verbena que no rumiaron la víspera de San Juan, para que nadie disponga usarlas contra ellos:
«Si coges la verbena
en la noche de San Juan
no temas a la culebra
ni a los «caballucos del mal».
Contra estos animales de nada valen «ni los jisopazos con agua bendita, ni las cataplasmas de azafrán y pan rallao les apartarán del mal». Ante estos seres imaginarios tampoco las Anjanas poseen remedio alguno. Solamente la verbena, recogida antes de la ceremonia sanjuanera, puede contrarrestar sus maleficios.
Análisis de la fiesta
La noche de San Juan es un tiempo mágico por excelencia, donde los elementos de la acción festiva se entrelazan en un universo de prácticas e imaginería, de rituales referidos al sol, las aguas, la regeneración del mundo vegetal y la expulsión de malos augurios.
Para una mejor comprensión de este festejo solsticial, vamos a ordenar sus estructuras parciales atendiendo a la identidad de sus características fundamentales.
Los fuegos solsticiales.
En la simbología festiva, las hogueras representan al sol y gozan de sus mismas propiedades y poderes profilácticos. El sol es la luz suprema, el astro que atraviesa todas las noches las regiones inferiores e infernales sin morir y reaparece al día siguiente. Semen fertilizador, principio masculino dotado de energía creadora expresada mediante el color y la luz áurea.
Las fiestas del fuego responden a un fenómeno que tiende a asegurar, mediante funciones mágicas, la restauración de las fuerzas solares indispensables para la vida, en el momento en que éstas se hallan en declive.
Las hogueras, símbolo del hogar, lo son también de la fertilidad vegetal, animal y humana. Actúan como agentes detersivos coaligados con ideas de purificación, de alejamiento de espíritus malignos y nocivos que amenazan la vida con la enfermedad o la muerte.
La presencia de cantores y danzantes en torno a los fuegos del estío, pretende recoger de la lumbre el influjo benéfico de las llamas, su capacidad generativa y fertilizadora (matrimonios, remedios contra la esterilidad, etc.). Mediante el dominio ceremonial del fuego (salto a la hoguera o insensibilidad al calor de las brasas cuando se pisan), las personas creen preservarse de determinadas enfermedades (dolencias de la piel) y permanecer inmunes ante posibles maleficios de las brujas, que son consideradas, por sus actividades nigrománticas, las causantes de todas las desgracias y calamidades que afectan a hombres, ganados y cosechas.
La abundancia de humo tiene la propiedad de ahuyentar las alimañas, evitar desgracias y mordeduras de animales perniciosos, especialmente excitados durante el verano, así como mantener alejados los espíritus dañinos que en esta época son más activos.
Si los fuegos estivales ayudan a conservar los frutos de la tierra y aseguran buenas cosechas, entre otras cosas por que los valores mágicos y fertilizantes de la madera sacrifical se transfieren a los carbones y a las cenizas, éstas (que contienen potasio), confieren asimismo un poder germinativo y regenerador a la vegetación. Si son esparcidas por los campos se cree, que reactivan la fecundidad de los mismos y garantizan al campesino un control sobre las cosechas.
Asistir al «baile del sol» o al «canto de los gallos de Londres» (ambos isomorfismos solares), representa la confirmación del nacimiento de la Gran Aurora, la victoria del poder solar sobre el reino de la muerte y las tinieblas.
Los peleles que son cremados por San Juan guardan estrechas relaciones con los de principio y fin de año. Son equivalencias de viejos ritos sacrificales de figuras humanas o fuerzas misteriosas corporeizadas y rechazadas por la comunidad. Con su destrucción se pretenden romper los poderes ocultos de la brujería y por extensión desagraviar y exorcizar todos los males, materiales o espirituales, que acechan a la colectividad (la noche de San Juan es una fiesta especial dentro de la brujería, en la que se celebran los aquelarres más importantes).
Las aguas purificadoras y regeneradoras.
El agua es un elemento de uso imprescindible en las sociedades agrícolas, preside las fiestas de verano en una época en que ésta escasea. Simboliza el principio y el fin de los acontecimientos cósmicos y posee una multivalencia religiosa que se corresponde con gran número de cultos y ritos agrupados en torno a las fuentes, arroyos y ríos.
El agua está asociada al fuego en sus diversas figuraciones de río, manantial, fuente o mar. El contacto con ella, sustancia primordial de donde todo nace, implica siempre regeneración, purificación y descontaminación.
Durante la noche y madrugada de San Juan, el agua adquiere virtudes extraordinarias y excepcionales por lo que se le atribuyen propiedades mágicas y medicinales (curaciones, rejuvenecimientos, vida eterna, etc.).
La inmersión en las aguas (bautismo), encarna la regresión a lo preformal, la disolución de los elementos, la muerte ritual y el renacimiento a la vida. Fertiliza y aumenta la potencialidad vital; por ello, los baños y aspersiones que se realizan durante la noche de San Juan, confieren salud y fertilidad.
Las primeras olas del nuevo día, regeneran, limpian y trasladan los males y achaques al submundo de las profundidades oceánicas.
Coger de madrugada «la flor del agua» (agua viva), proporciona hermosura, felicidad, efectos curativos, inmortalidad o la eterna juventud. Para ello resulta imprescindible encontrar las primeras aguas, las que aún no han sido profanadas por el uso cotidiano, pues tan sólo ellas contienen todas las valencias germinativas y en cierto modo, reproducen el acto primordial de la creación.
La introducción de huevos u otro tipo de objetos, en vasos, con fines adivinatorios, está ligada a ritos temporales de renovación y regeneración, ya que el huevo simboliza el microcosmos del huevo mítico del mundo, que contiene el futuro, y es a su vez contenido, en un vaso-barco disminuido, donde se generan las formas de lo posible.
La divinización de las fuentes de agua salutíferas responde a un proceso de integración de ritos paganos, mediante la colocación de los manantiales bajo la protección y advocación de un santo o una virgen (fuentes de San Juan, Ntra. Señora de Las Caldas, etc.).
La magia de la vegetación sagrada.
La vegetación es una muestra de la realidad viviente. Su importancia simbólica, en esta época del año, se debe a que las hierbas y plantas mágicas representan lo que está vivo y el estado de regeneración periódica; aquellos elementos vegetales dotados de propiedades terapéuticas descubiertas en un momento cósmico decisivo (la verbena recibió su consagración por haber curado las heridas del Redentor en el monte Calvario y es eficaz en tanto que repite ese acto primordial de curación).
La semilla del helecho se considera, durante los solsticios, una emanación del fuego solar y el trébol de cuatro hojas (sol y cruz), un detector de tesoros ocultos. Recordemos que las tríadas, y de igual modo las tétradas, sugieren la pluralidad y la profusión indefinida de bienes.
La noche solsticial de verano transcurre bajo la protección de San Juan y al amparo de las especies vegetales que están dotadas de poderes fertilizantes, preservadores de males, infortunios, mordeduras y agresiones de espíritus o animales perniciosos.
Entre las propiedades curativas, emanadas de elementos vegetales, que tienen lugar en la noche de San Juan, se encuentra el ritual médico de curación de hernias a través de un árbol. Este, es un isomorfismo agrolunar, asociado a las aguas fertilizantes, cargado de fuerzas sagradas porque es el eje vertical del mundo, la vida inagotable, el devenir, la totalidad del cosmos, la fertilidad, la medida del tiempo y la capacidad de generación que le atribuye el poder del fuego oculto en la madera (muere, resucita y se renueva continuamente).
El roble, la noche de San Juan, se cree que posee poderes curativos si se le somete a ciertos rituales ya descritos en este capítulo.
El paso de un niño enfermo (herniado) por un hueco practicado en el árbol, significa un nuevo nacimiento, una regeneración, la repetición de la cosmogonía, la posibilidad de que se transfiera la enfermedad a un objeto inanimado. De este modo, la salud física y la integridad espiritual del enfermo, discurrirá en paralelo a la regeneración mágica del elemento vegetal.
El circuito hombre-planta materializa la solidaridad mística que existe entre el crecimiento del árbol y del hombre y a veces entre pueblos enteros.
La desnudez ritual del niño equivale a la integridad y plenitud y representa lo intemporal y paradisíaco. La ocultación de las ropas bajo la tierra (enterramiento simbólico), al pie del árbol, tiene el mismo valor mágico-religioso que las inmersiones en el agua, e indica el reencuentro con la cuna telúrica, un nuevo nacimiento del hombre, la protección que la tierra, elemento primordial, y el árbol ejercen sobre los recién nacidos.
Noche de seres fantásticos.
La fiesta de la noche de San Juan es una supervivencia de los primitivos calendarios nocturnos. Sus tinieblas, vinculadas a la agitación, la impureza y el ruido, representan el caos y constituyen la sustancia misma del tiempo.
La caída de la luz, la medianoche siniestra, es la hora de los animales maléficos, que viene a reunir en sí misma, todas las valoraciones y excesos negativos. Es un ámbito de negrura, propio para el surgimiento de animales fantásticos, monstruos infernales, que recorren la oscuridad salidos de las profundidades del inframundo, para apoderarse de los cuerpos y las almas de las gentes.
Los animales imaginarios de aspecto repugnante y feroz («caballucos del diablo», también llamados «brujas» y el Culebre), concentran en sus fauces todos los fantasmas terroríficos de la animalidad (gemidos, agitación, rugidos siniestros, fuego, azufre, olores putrefactos, etc.). Son manifestaciones simbólicas de la muerte cósmica, encarnaciones de las tinieblas y del infierno, del espacio del caos y la agitación. Seres asociados al agua, en su dimensión terrorífica del abismo acuático.
El caballo («caballucos del diablo»), es la representación simbólica de la bruja (recordemos que estos animales también son llamados «brujas»). Su tríada, conducida por el mismo diablo, sugiere la esencia lunar en relación con la noche y la pluralidad, al igual que su morfología de neuróptero (libélula), con metamorfosis bien marcadas y largas latencias invernales.
El Culebre (dragón) representa la creación del miedo, el resumen simbólico de todos los aspectos del régimen nocturno. El ser fantástico viscoso y escamoso que se opone a la luz suprema solar. El símbolo cosmogónico de la involución, modalidad preformal del universo, el Uno no fragmentado antes de la creación.
La luna llena de la noche de San Juan es la primera medida del tiempo, el primer muerto que resucita, la forma explícita del eterno retorno, del devenir (crea-decrece-muere-nace). Su periodicidad sin fin le confiere el carácter de astro representativo de los ritmos de la vida y, por ello, regidor de los planos cósmicos sujetos a la ley del movimiento cíclico (agua, lluvia, vegetación, fertilidad, etc.).
La orgía sanjuanera y las mascaradas (en aquellos sitios donde éstas aún tienen lugar, ya que fueron prohibidas), simbolizan una regresión al mundo oscuro, la voluntad de abolir el tiempo y restaurar el caos primordial que precede a toda creación. La disolución del mundo y de las normas.
La búsqueda de santos patronos protectores (San Juan, en relación con la noche y el Apóstol Santiago en relación con el Culebre), representa las pretensiones del conjunto de la comunidad de establecer unos elementos sagrados intermediarios, capaces de restaurar el orden interior espiritual y el equilibrio social existente.
En unas brevísimas consideraciones finales sobre la fiesta nocturna de San Juan, diremos que se trata de una conjunción de fenómenos rituales de carácter vitalista, relacionados con las fiestas de la primavera que preceden a las del solsticio de verano. Un universo complejo y abigarrado de creencias y supersticiones, donde se rinde culto a la exaltación naturalista de la vida, los hombres, animales y plantas, en una búsqueda mágica de la estabilidad cosmológico-social de los colectivos humanos.
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*Extracto del libro Montesino González, A. (1984): Fiestas populares de Cantabria. (1) Entre el solsticio de verano y el equinoccio de otoño. Santander, Tantín.