Tiempo de marzas
Aprovechamos que se acerca la última noche de febrero para compartir el libro del antropólogo y editor Antonio Montesino sobre las marzas. Un estudio riguroso editado en el año 1992 que supone un referente en el análisis, no sólo de este tipo de rituales de invierno en Cantabria, sino de la sociedad cántabra tradicional y de muchos conceptos clave en el mundo de la antropología social y cultural de nuestra región. El autor incorpora en su análisis una perspectiva de género que subraya la desigualdad existente en la sociedad tradicional en este tipo de rituales, donde las mujeres quedaban relegadas a papeles subalternos. Afortunadamente las tradiciones son cambiantes y se redefinen y, en la actualidad, son muchas las niñas y mujeres que cantan las marzas en diferentes grupos informales, rondas y coros por toda Cantabria.
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A continuación, compartimos un pequeño fragmento del estudio.
La etimología
En el año 1910 aparece por primera vez la palabra marza, en un diccionario de la lengua española, que daba dos acepciones de la misma: a) copla que en la Nochebuena, en el Año Nuevo y en la misa de los Santos Reyes, van cantando por las casas de las aldeas, por lo común en la corralada, unos cuantos mozos solteros; b) obsequio de manteca, morcilla, etc., que se da en cada casa a los marzantes para cantar o para rezar.
Posteriormente, en el año 1925, el Diccionario de la Lengua Española, definía las marzas, de la siguiente manera: 'marzas (de Marzo), f. pl. Coplas que los mozos santanderinos van cantando de noche por las casas de las aldeas, en alabanza de la primavera, de los dueños de la casa, etc., etc. 2. Obsequio de manteca, morcilla, etc., que se da en cada casa a los marzantes'.
El tiempo de las marzas
El tiempo, o más exactamente los tiempos de celebración de esta modalidad de canto petitorio, a pesar del carácter restrictivo que se observa en la anterior definición, eran: los meses de diciembre (noche de Navidad y Nochebuena); enero (Año Nuevo y Reyes); febrero (la última noche); y marzo (el primer día o viernes de mes).
La última noche de febrero y primera de marzo, eran las dos fechas que definían las marzas en su sentido restringido. Aunque también se practicaban modalidades estructuralmente semejantes a este tipo de canto (que incluso reciben, en algunos casos, la denominación de marzas), en otras fechas del año como sucedía en carnaval (el martes); la Cuaresma (los domingos después del toque de oración); la Pascua de Resurrección (Sábado de Gloria o Domingo de Resurrección); el primer o tercer día de mayo (existe una analogía entre algunos cantos de las marzas de Soba, Junta de Voto, y las cancioncillas dedicadas a la maya-niña); y, en junio, los días de San Juan y San Pedro.
Tras el hecho socio-histórico de la existencia de varias fechas para marcear, se encuentra la circunstancia cronológica de que, la práctica totalidad de las marzas, se hallaban enmarcadas en un tiempo común más amplio, como es el tiempo de invierno, que dota de cierta homogeneidad a los festejos celebrados en él; y que curiosamente es, por extensión, un tiempo de carnaval. Festejo este último, con el que las marzas y sobremanera cierta modalidad de ellas (las de enmascarados del valle de Soba), guardan visibles semejanzas morfológicas. Es más, a mi juicio, como tendré oportunidad de demostrar, las marzas tienen cierto parentesco estructural y funcional con las mascaradas de principios de año (la vijanera) y, en determinados aspectos, con algunas comparsas de mozos que por antruido salen a recorrer las calles de las aldeas, cumpliendo idénticas funciones socio-rituales.
División tipológica de las marzas
Al hacer una división tipológica de las marzas, en la que se sistematizan sus diferentes variables, ya que 'en cada valle y aun en cada pueblo tienen las marzas distintos modos, títulos, melodías y letras', encontramos, en una primera instancia, las marzas con ramasqueros o zarramasqueros (personajes disfrazados y, en ocasiones, enmascarados), de las que son un ejemplo las del valle de Soba y las marzas ordinarias (sin elementos disfrazados), que son casi la totalidad.
Una segunda instancia, abarcaría la totalidad del fenómeno marcero, estructurado con arreglo a tres ejes fundamentales:
- el tiempo de celebración: Pascuas de Navidad, Pascuas de Año Nuevo y de Reyes, marzas marceras (última noche de febrero y primeros días de marzo), marzas de Cuaresma y Pascuas de Resurrección.
- su conformación: las marzas cortas, si solo se cantan las coplas marceras y marzas largas si se añaden los Mandamientos, las Obras de Misericordia o los Sacramentos de Amor, cuando se canta en la casa del cura, si los vecinos han sido espléndidos o si hay una moza en edad de casarse, a la que se pretende elogiar o cortejar.
- el contenido de las coplas respecto al vecino destinatario: galanas o floridas, si responden a un recibimiento hospitalario y solidario y rutonas de ruimbraga o ruinvieja, si pretenden satirizar y censurar la tacañería, el engaño y la actitud insolidaria con la que, en algunas casas se solía acoger la presencia de los marzantes.
Los marzantes de Soba se acompañaban de los ramasqueros, se ataviaban con unos capirotes o capiruchos altos, de forma cónica, forrados de papel y engalanados con rosetas. En su extremo superior llevaban un rabo de cordero a modo de penacho. Sobre las espaldas colocaban una cubierta de piel de oveja o de buey, atada al pecho con cordeles y en ella sujetaban quince o veinte campanos, que hacían sonar al ritmo de los pasos lentos con que caminaban y ajetreaban el cuerpo.
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